La documentación de experiencias pedagógicas nos ayuda a construir la historia de la tarea docente.
Aquí un relato producto de mi incursión en el programa de Documentación Narrativa en el marco del CAIE que coordino.
“… lo último que supe es que se había ido a vivir a Santa Rosa…”
Esas fueron, más o menos, las palabras que escuché por teléfono aquella mañana. “Parece que te buscan…, dan una dirección de mail para que te comuniques”
Y sonaron, como dice el madrileño Joaquín Sabina, como un signo de interrogación…
Esa mañana de invierno fueron varias las personas que se comunicaron telefónicamente a mi trabajo para darme la noticia. Es que a pesar de ser ésta una ciudad capital, Santa Rosa, nos conocemos bastante y fluyen rápidamente los comentarios, las comunicaciones y los mensajes entre las personas: una profesora de Educación Física de la escuela donde había estado trabajando hasta hacía unos meses- la 180-, un periodista de Casa de Gobierno… fueron dos de las personas que, recuerdo, se comunicaron conmigo. No era casual el origen de las llamadas: esos lugares desde donde me hablaban tienen que ver mucho con mis trayectorias profesionales vinculadas al periodismo, a la comunicación y a la docencia.
Es verdad que la perplejidad nos deja inertes por algún tiempo, algunas veces. Y eso fue, precisamente lo que me ocurrió ese día…
Se trataba de un alumno de la primera escuela donde comencé la tarea docente: la Nº 57, de Colonia Urquiza, La Plata, la escuela de los “japoneses”, como se oía decir en aquel año 1985…
Y un alumno de esa escuela estaba intentando comunicarse conmigo.
¿Qué querría? ¿Cuáles serian los motivos que lo habían movilizado a hacer uso de la incipiente “red de redes”, Internet, para –correo electrónico mediante- comunicarse con el Semanario Región de esta ciudad, dar mi nombre y mi apellido y ¡atrevido! hasta decir que tendría “más o menos cuarenta años…”
Cuando la lectura del periódico llegó a mis manos y el artículo al pie de página en el espacio Correo de Lectores se hizo visible, comprendí que, a veces, los sentidos no alcanzan para poder explicar los sentimientos que ocasionan. “… lo último que supe es que se había ido a vivir a Santa Rosa…”
Estuve dos o tres días, recuerdo, sentada frente a la computadora intentando responder a ese llamado. En verdad no tenía muy en claro por dónde empezar, qué decir… Creo, estaba más atemorizada que en aquella oportunidad, en aquel año cuando comencé a compartir el ciclo lectivo con los chicos de la Colonia, en ese quinto grado.
Con bastante formalidad escribí dos o tres párrafos que tal vez sonaron, para quien lo leyó después -nunca lo supe-, como el cumplido a una respuesta. Seguramente no fui lo suficientemente expresiva para decirle a Roberto que su búsqueda me había inquietado, ocasionado dudas, recuerdos, nostalgias, pero a la vez una inmensa alegría. Sí pude decirle que recordaba sus olluelos en la cara con cada sonrisa que expresaba y decirle también que “…bueno, acá estoy!”
Después de algunos días el chasqui electrónico- Internet- me traía la respuesta de mi alumno desde La Plata. Allí me enteré que se había recibido de abogado después de una carrera brillante de cinco años, que estaba empezando a trabajar y que en esta etapa de conclusión de estudios había querido comunicarse con “aquellas personas que habían influido en su formación y sus estudios”.
Agradecimientos de por medio, el correo terminaba diciendo “…después de muchos años entendí por qué defendías a Moreno en vez de Saavedra”
El relato se completa con lo que cada uno “pone” al leerlo. Así como también los sujetos construyen sus ideas, sus ideologías con el re-conocimiento de las ideas de los otros. Tan solo quiero compartir esta experiencia en la pretensión de ejemplificar el lazo que une a los sujetos en el hecho de aprender y enseñar: una relación dialógica, una interlocución que deja huellas, marcas, representaciones y que ayudan a conformar la identidad de cada cual.
No sé si Moreno o Saavedra… sólo sé de un alumno escucha, de un interrogante, de una duda y, sobre todo, de una búsqueda…
Esas fueron, más o menos, las palabras que escuché por teléfono aquella mañana. “Parece que te buscan…, dan una dirección de mail para que te comuniques”
Y sonaron, como dice el madrileño Joaquín Sabina, como un signo de interrogación…
Esa mañana de invierno fueron varias las personas que se comunicaron telefónicamente a mi trabajo para darme la noticia. Es que a pesar de ser ésta una ciudad capital, Santa Rosa, nos conocemos bastante y fluyen rápidamente los comentarios, las comunicaciones y los mensajes entre las personas: una profesora de Educación Física de la escuela donde había estado trabajando hasta hacía unos meses- la 180-, un periodista de Casa de Gobierno… fueron dos de las personas que, recuerdo, se comunicaron conmigo. No era casual el origen de las llamadas: esos lugares desde donde me hablaban tienen que ver mucho con mis trayectorias profesionales vinculadas al periodismo, a la comunicación y a la docencia.
Es verdad que la perplejidad nos deja inertes por algún tiempo, algunas veces. Y eso fue, precisamente lo que me ocurrió ese día…
Se trataba de un alumno de la primera escuela donde comencé la tarea docente: la Nº 57, de Colonia Urquiza, La Plata, la escuela de los “japoneses”, como se oía decir en aquel año 1985…
Y un alumno de esa escuela estaba intentando comunicarse conmigo.
¿Qué querría? ¿Cuáles serian los motivos que lo habían movilizado a hacer uso de la incipiente “red de redes”, Internet, para –correo electrónico mediante- comunicarse con el Semanario Región de esta ciudad, dar mi nombre y mi apellido y ¡atrevido! hasta decir que tendría “más o menos cuarenta años…”
Cuando la lectura del periódico llegó a mis manos y el artículo al pie de página en el espacio Correo de Lectores se hizo visible, comprendí que, a veces, los sentidos no alcanzan para poder explicar los sentimientos que ocasionan. “… lo último que supe es que se había ido a vivir a Santa Rosa…”
Estuve dos o tres días, recuerdo, sentada frente a la computadora intentando responder a ese llamado. En verdad no tenía muy en claro por dónde empezar, qué decir… Creo, estaba más atemorizada que en aquella oportunidad, en aquel año cuando comencé a compartir el ciclo lectivo con los chicos de la Colonia, en ese quinto grado.
Con bastante formalidad escribí dos o tres párrafos que tal vez sonaron, para quien lo leyó después -nunca lo supe-, como el cumplido a una respuesta. Seguramente no fui lo suficientemente expresiva para decirle a Roberto que su búsqueda me había inquietado, ocasionado dudas, recuerdos, nostalgias, pero a la vez una inmensa alegría. Sí pude decirle que recordaba sus olluelos en la cara con cada sonrisa que expresaba y decirle también que “…bueno, acá estoy!”
Después de algunos días el chasqui electrónico- Internet- me traía la respuesta de mi alumno desde La Plata. Allí me enteré que se había recibido de abogado después de una carrera brillante de cinco años, que estaba empezando a trabajar y que en esta etapa de conclusión de estudios había querido comunicarse con “aquellas personas que habían influido en su formación y sus estudios”.
Agradecimientos de por medio, el correo terminaba diciendo “…después de muchos años entendí por qué defendías a Moreno en vez de Saavedra”
El relato se completa con lo que cada uno “pone” al leerlo. Así como también los sujetos construyen sus ideas, sus ideologías con el re-conocimiento de las ideas de los otros. Tan solo quiero compartir esta experiencia en la pretensión de ejemplificar el lazo que une a los sujetos en el hecho de aprender y enseñar: una relación dialógica, una interlocución que deja huellas, marcas, representaciones y que ayudan a conformar la identidad de cada cual.
No sé si Moreno o Saavedra… sólo sé de un alumno escucha, de un interrogante, de una duda y, sobre todo, de una búsqueda…